Cristóbal Jiménez Morillo (Criss), nace el 25 de Enero de 1975 en el pequeño pueblo de Humilladero en la provincia de Málaga (España). Desde muy pequeño se interesa por la pintura, plasmando en dibujos la realidad de su entorno más cercano.
Utilizando la técnica del carboncillo logra diversidad de imágenes captando gran gama de tonos, desde los más sutiles grises a los negros más profundos, dibujando con un trazo rápido y espontáneo sus impresiones del entorno y de las personas que contempla. Verdaderos bocetos que más tarde se traducirán en retratos de diferentes partes del cuerpo humano.
Siendo muy joven, su profesor de educación generalista advierte su talento innato alentándole en el desarrollo de sus habilidades artísticas, y recomienda a sus padres no encomendar su talento a ninguna academia de dibujo para no perder su impronta, su propio estilo que caracterizará su creación artística futura. A él agradece sus inicios y comienzos en pintura.
Entre sus pintores favoritos se encuentran Picasso, Anglada Camarasa, Gauguin, Cézanne y Edgar Degas. Siente gran admiración por Leonardo da Vinci, de quien opina es excepcional, único e inigualable.
Etiquetado como postimpresionista nos sorprende con obras que mezclan primeros planos de mujeres, atendiendo la graduación de sus pinturas desde el impresionismo al realismo modernista matizado de sus retratos.
La suya es una obra pictórica muy personal, dinámica y viva, llena de realismo y colorido, caracterizada por un trazo enérgico y firme. Carácter pictórico marcado muy personal que quizá se vea impregnado por la difícil y ruda profesión de su padre, leñador.
Otorga especial importancia al dibujo, la construcción de la forma, la captación de la luz y la expresividad de las figuras humanas.
Actividad natural que realiza principalmente en la alborada, con la primera luz del día. Comparte sensaciones profundas con sus obras y creaciones artísticas que le derivan desde la relajación a la más pura excitación nerviosa.
Pintor de carácter autodidacta, diferente, intimista, solitario, que desarrolla su obra sin otra expectativa más que reconocer la naturaleza esencial de las personas.